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| En la Vecindad de Enfrente, en el valle de Agaete, podemos ver la misma estrategia de ocupación del territorio que en las aldeas amazigh del Atlas |
Una de las armas de guerra más discretas consiste en borrar, con guantes de seda, las creencias y costumbres que sostienen a un pueblo. En Canarias la han empleado a fondo, pero no han conseguido borrar del todo unas raíces, que poco a poco vamos recuperando.
Frente a una iconografía que trata de pintar a las antiguas poblaciones canarias como atrasadas, poco menos que gruñendo, el estudio de su organización social y sus instituciones políticas, económicas y espirituales, nos habla de una gran sofisticación y nivel de conciencia. Hoy gracias a la reinterpretación de las crónicas, la antropología comparada y la tradición oral podemos acercarnos a reconstruir esas instituciones, pero lo que es aún más importante, su
filosofía y sus
principios rectores.
Una de esas instituciones es el
Agdal que conservan nuestros primos continentales. El Alto Atlas y sus fronteras constituyen un área tradicionalmente explotada por grandes confederaciones de tribus:
Aït Atta, Aït Yafelmane, Aït Sedrate, Glaoua, Ghojdama, Mgouna, Imaghrane, Aït Isha, Aït Sokhmane... Estas comunidades, en su mayoría sedentarias, practicaban la trashumancia a lo largo de rutas verticales orientadas sur/norte.
La clave es la búsqueda de la complementariedad entre los picos montañosos suaves y herbáceos en verano y las bajas altitudes con temperaturas suaves en invierno para guiar los cultivos y el movimiento del ganado. Se trata de practicar una ocupación razonada del territorio en el tiempo y en el espacio, con el fin de responder a las necesidades alimentarias del ganado, aprovechar los cultivos en diferentes pisos climáticos y asegurar las transferencias de fertilidad. El Agdal consiste en una reglamentación de acceso a los recursos naturales de los diferentes pisos ecológicos (prohibiciones temporales de extracción de recursos) alineando los desplazamientos del ganado y de la familia en relación a la evolución de las reservas forrajeras a lo largo del año y a los ciclos de la agricultura.
Durante el verano, en el Atlas, las manadas eran conducidas al
agdal de montaña, a gran
altitud, mientras que en invierno estaban más cerca de los oasis de los valles bajos. Las tribus implicadas en la trashumancia desarrollaron regulaciones estrictas y la práctica de cercar temporalmente los pastos de verano que preservaban los derechos de cada pastor, pero sobre todo, aseguraban la protección de la naturaleza frente a la sobreexplotación de los recursos.
Este patrón proporciona a la vegetación un momento de respiro y descanso necesario para la regeneración, al tiempo que evita los conflictos. Esta restricción impone a cada comunidad la conquista de estos espacios, ya sea por la fuerza o recurriendo a alianzas inter-facciones o intertribales. El resultado es una red tribal muy complicada. Por ejemplo, la tribu Aït Sedrate, al establecerse en tres secciones distintas de la cuenca del Dades (aguas arriba, media y aguas abajo), ha asegurado el control, aunque no sin conflictos, del espacio necesario para el mantenimiento de una manada durante todas las estaciones. Los conflictos por los abrevaderos, rutas y pasajes forman el tejido de la historia local.
Este mismo sistema ha sido empleado en Canarias, de una u otra manera, desde tiempos de los antiguos canarios hasta finales del siglo XX. Sus ecos están por todas partes. Desde la mudá y el cultivo de cebada en diferentes pisos ecológicos a lo largo del año, aprovechando que la cebada canaria es de ciclo corto, hasta la toponimia y la trashumancia. Una trashumancia y unas prácticas pastoriles que todavía persisten en Gran Canaria o la Dehesa en el Hierro.
En la toponimia se conservan algunas voces que nos parecen indicar este sistema. Por ejemplo en Gran
Canaria tenemos
Tunte que parece hacer referencia a este concepto de "reserva", recogido tanto en
Galdar como en Tirajana pero también en la isla de El Hierro y de un antiguo cortijo en Lanzarote (
Tinte). Lo mismo podemos decir de
Agualatunte también en Gran Canaria, con el significado de "criadero de reserva". Un topónimo más cercano al continental lo encontramos en La Gomera, donde existe un
Agadil cerca de
Arure en Valle Gran Rey como la traducción propuesta de "baldio, dehesa, reserva" pero el topónimo más directo lo encontramos en la isla de La Palma en el que un tramo del barranco del agua en Puntallana se conoce entre pastores por
Agdal. También en algunos municipios de La Palma - especialmente los mas secos al oeste de la isla como Puntagorda y
Tijarafe - se conoce como agdal las laderas a la cara norte, que son las que se mantienen más tiempo verde y son las primeras en recuperar el pasto tras el verano.
Algunos pastores los llamaban "jadal" o "jaral" aunque allí no hubieran "jaras" que es un tipo de sotobosque del pinar. Algunos lo hacían de forma despectiva mientras que otros conservaban la conciencia de que era un sitio que había que respetar para que el pasto saliera.
Eran lugares que no se podían tocar hasta que se "ensemillaran" o, si estaba agotado el resto, solo se podían tocar por una parte nada más. Al que se saltara esto se le consideraba muy mal y el pueblo le daba la espalda. Algo parecido pasaba con la costa con el pasto del cornical, que es "muy lechero", y la vinagrera, que había que proteger para que "ensemillara" y el ganado no los destrozara.
Pero quizás los ejemplos más claros de grandes espacios pastorales comunales lo tengamos en la Dehesa en el Hierro y en el valle de Aguere y las cañadas del Teide en Tenerife. Las crónicas y la arqueología señalan que las cañadas del Teide era un lugar de pastoreo estacional, además el lugar tiene la consideración de sacro y de la existencia de genios o jinns. De hecho, en comunicación personal, el antropólogo Fernando Hernández Gonzáles me contó que en determinado lugar que no voy a revelar, antiguamente se mataba un cabrito en honor a los genios del lugar para que lo guardaran. La misma práctica se realiza en varios Agdales (Igdalen) marroquíes y de otros lugares en el norte de África.
La misma consideración de pastos comunales y de lugar sacro donde descansaban los ancestros antes de partir y donde habitaban genios y espíritus guardianes lo tiene en valle de Aguere. El valle de Aguere era un lugar de enorme abundancia y de vida, con pasto y aguas abundantes. Posteriormente, y tras la conquista, esa zona se convirtió en el granero de Tenerife. Pero mientras en la visión nativa ese era un lugar privilegiado a preservar y conservar en equilibrio para transmitirlo a las generaciones futuras, los usurpadores castellanos decidieron construir ahí la ciudad de La Laguna.
Otro ejemplo lo tenemos en la Dehesa del Hierro, amplia zona comunal en el que incluso hasta el día de hoy se elige a un amghar n agdal o jefe del agdal, llamado en la isla "alcaide de los pastores". Ese oeste de la isla es donde más pervivió y pervive la población nativa, en lugares como Sabinosa o el Pinar. La tradicional mudá o trashumancia y la forma de cultivar la cebada en la isla también son reminiscencias de este sistema ancestral.
En el modelo de ocupación del territorio también podemos ver ecos de esa organización. Por todo el Atlas podemos a ver la misma estructura. El fondo del valle donde corre el agua ocupado por campos de cultivo. Las aldeas situadas en la ladera a media altura, y pastizales y refugios de pastores en zonas altas menos pobladas y ocupadas de forma estacional. Es una forma de aprovechar los recursos con una visión en el largo plazo y la sostenibilidad.
Esta estructura de ocupación del territorio nos recuerda a pueblos en la
Gomera o incluso en el valle de
Agaete a la Vecindad de Enfrente con las cuevas de
Berbique encima y
Tamadaba en lo alto. Agaete es un lugar de honda herencia prehispanica y de supervivencia nativa. No es difícil reconocer los terrenos de cultivo en el fondo del valle, el pueblo en la ladera y los pastizales en las zonas altas, alternando como a
gdales el pinar de
Tamadaba y la meseta de
Tancadana - hoy conocida como los Llanos de
Agaete donde se encuentran Piletas y Troya.
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| Vecindad de Enfrente, en el valle de Agaete |
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| Sobre el barrio de la Suerte la meseta de Troya o Piletas, antiguamente llamada Tancadana |
Los desplazamientos desde el pueblo hacia la costa y en el verano hacia las montañas es propio de muchos lugares de
Canarias. En el sur de
Tenerife, se subía al pinar y a refugios de alta montaña en el entorno de las cañadas en verano para aprovechar los pastos y preparar y cultivar la tierra en los meses de Agosto, mientras que en invierno se bajaba y se cultivaba la costa. Esta mudada o "mudá" se seguía realizando tanto en
Fasnia como en la zona de
Chirche,
Aripe y
Chio en
Guia de Isora hasta los años 60-70 del siglo pasado y todavía se
recrea a día de hoy. De hecho
Chio podría traducirse como "reserva, retén, restricción, cesión o renuncia"
Como ya hemos comentado, las crónicas nos hablan de Agdales en Tenerife como el de Aguere, en la zona de la Laguna, que reúne no solo el aprovechamiento estacional sino las connotaciones espirituales, siendo el ejemplo más claro y directo. También en la zona de las Cañadas del Teide y sus márgenes, a donde acudían los guanches en verano a pastorear. La declaración del Parque Nacional del Teide en enero de 1954 terminó con esta práctica que en la actualidad pervive sólo con otro tipo de ganado: los apicultores trasladan aquí sus abejas en busca de la flora que, a partir de mayo y hasta septiembre, tienen en especies como la retama una de las fuentes de mejor miel de las islas.
Ecos de esta trashumancia también persisten en algunos topónimos de varias islas como "las mantecas" que no tiene nada que ver con la palabra española sino proviene de "ma-n-teká" con el significado de "vaguada o lugar de paso del ganado" tal y como traduce Pablo Deluca.
La mudá o trashumancia también es típica del Hierro. En el municipio del pinar la trashumancia todavía se practicaba a principios del siglo XXI siguiendo una ruta que divide el año en tres etapas. Entre diciembre y enero se está en la costa. Luego se sube a medianías del pueblo del pinar, y luego en Mayo se continua para el norte hasta octubre y en octubre se vuelve a bajar.
La mudá consistía en el desplazamiento de un gran número de vecinos procedentes de los diversos pueblos de la isla al Valle de El Golfo dos veces al año, en busca de optimizar al máximo los recursos agrarios y pastoriles que les ofrecía la isla en general. La estacionalidad fijaba las fechas de las mudadas.
La mudada alcanzaba su máximo exponente en el verano, con el comienzo de las vendimias, tarea que mayor número de personas demandaba e implicaba; familias, vecinos; parientes y amigos que se reunían en torno a fincas primero y lagares después, para ayudarse mutuamente. Sólo algunos pocos podían pagar jornales. La muda implicaba no sólo el traslado del núcleo familiar por los principales caminos de herradura que comunicaban el Valle, sino también el traslado de los pocos enseres y animales domésticos que poseían, tantas veces como mudas se realizaban.
En La Palma también se ha practicado la trashumancia desde los tiempos de sus primeros habitantes –los auaritas–, hasta pocas décadas del fin del siglo XX, en rutas que tenían el interior de la Caldera de Taburiente como su principal destino. Avanzado ese siglo todavía había pastores que trasladaban sus cabras a este espacio natural también declarado Parque Nacional (1954). Se iba de la cumbre a la Caldera y de la Caldera a la cumbre. Otra ruta era desde los corrales en El Paso a Los Loros, en Garafía. Se iba a principios o mediados de mayo, dependiendo de cómo estuviera el tiempo, y se regresaba a El Paso a finales de diciembre.
Gran Canaria es la única isla donde todavía persisten estas mudadas de ganado. Esta tradición procedente del mundo indígena, lleva más de 2.000 años practicándose en la isla. Una práctica que se documenta de forma clara durante los últimos quinientos años de periodo colonial, con la existencia de diferentes dehesas, terrenos comunales o privados, donde las familias de pastores y ganados, se mudaban, en determinados momentos y ciclos del año. Estos viajes por el interior de la isla en busca de alimento para el ganado se mantiene de manera muy frágil, sufriendo una involución progresiva en el tiempo en cuanto al número de pastores, hectáreas de pastos y el peso que actualmente tiene en la economía local.
La mudá sigue siendo realizada por algunos pastores, tanto de cabras como de ovejas. La mayoría son pastores de oveja de distintas zonas del norte que mueven sus ganados entre la costa y medianías durante el invierno, hasta la cumbre en Tejeda el verano, aunque los hay que se mueven sólo en el norte y también hay alguno del sur que hace la mudanza desde la costa a medianías del mismo sur. En las últimas décadas ha sufrido una notable regresión, tanto en el número de actores como en el de los escenarios y las vías reservadas para su circulación. La cifra de practicantes ha caído a un tercio en diez años, desde los 50 que se contaban hace una década a los 16 que quedan.
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| Laderas de Tamadaba |
Los pastores que todavía la practican definen 8 tipos de mudadas: la de verano de media ladera a cumbres, de cumbres, de barranco o de costa a cumbres, invernal de media ladera a costas, invernal de media ladera a cumbres, primaveral de media ladera a cumbres, de la costa este a cumbres y de la costa este al sur.
José Mendoza, ‘Pepe el de Pavón’, está todo el año en continua mudanza con uno de los ganados más grandes de la isla: de enero a marzo en la costa (Cueva Nueva, cortijo de Tirma), de marzo a junio en las medianías del noroeste (cortijo de Pavón, Heredad de Moya), de mediados de junio a mediados de julio sube un poco (Montañón Negro) y desde los días de Santiago en julio va a la vertiente sur de la cumbre (presa Cueva de las Niñas, cortijo de Majada Alta) hasta septiembre que sube a Tejeda (Cruz de Tejeda, El Ventoso) y en octubre, con las primeras lluvias, vuelve a medianías altas del norte (Heredad de Moya, un mes; cortijo de Pavón hasta finales de diciembre).
A la costa se dirige muchos años José Mendoza con su numeroso ganado desde el cortijo de Pavón. Parte en los últimos días de diciembre. Sale por caminos reales, primero a un lugar conocido como Caminos Cruzados, por ser cruce de varias rutas antiguas y sigue de frente en dirección a La Aldea tras llegar a Artenara atraviesa los pinares y desciende hacia la costa del cortijo de Tirma en el oeste de la isla, pasando por Tifaracás antes de alcanzar Cueva Nueva.
En el sur de la isla el pastor Fermín Guedes tiene los animales en Corralillos (Agüimes). Aquí está el ganado junto a su casa en verano y en diciembre, época de vender los cabritos y los corderos, compartiendo espacio cabras y ovejas. A principios de noviembre, las ovejas preñadas las sube al cortijo de Pajonales donde, por las mañanas, tras dormir en una cueva, sale a pastorear llevando a los animales más hacia el interior, a las Mesas de Morales. Después de Navidad, vuelve a subir a Pajonales hasta abril o mayo, donde cocina en un viejo horno junto a la cueva en la que duerme, a la espera de poder bajar a los invernaderos de tomateros de la costa en el verano.
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| rutas de transhumancia |
Muchas rutas se han perdido. En Tamaraceite, por ejemplo, se empezaba en la montaña de Burgos - la que está sobre el rincón - e iban trasladando el ganado por las lomas hasta llegar a la actual Schamann, que se llamaba "la Loma de la Vuelta" y se desandaba el camino haciendo un círculo. Iban por las lomas de dentro y volvían por la costa. Los ganados parían en Burgos, que al ir por la Atalaya, Las Esparragueras y la Guinea, las crías no tenían mucho peligro.
Hasta donde está hoy el estadio insular de Las Palmas se traían ovejas desde la cumbre y las esquilaban, casi hasta el año 69. Después ya no se volvieron a ver, pues por ese año se cerraron muchas zonas de la cumbre por la reforestación y los pastores se vieron obligados a vender sus ovejas.
El agdal y la trashumancia es una herramienta ancestral de gestión territorial transmitida de generación en generación por los pastores para garantizar la supervivencia de sus rebaños. Lo hacían antes de la Conquista y no han dejado de hacerlo después.
Un ejemplo de agdal asociado a un bosque sagrado lo tenemos posiblemente en el santuario de Teror, que reproduce la estructura de los morabitos norteafricanos, con su árbol santo y bosque asociado. No es el único ejemplo en Canarias de árbol santo. Otro árbol santo fue el drago Santo de Chacachorte al pie del roque de Jama en Tenerife, y que también sigue la misma estructura morabita, o el entorno de la era de la Fuente Santa de Agaete, por mencionar solo algunos.
Ejemplos de dehesas comunales las tenemos en el Hierro o en Galdar en Gran Canaria, por mencionar algunas, o el macizo de Amurga y otras tierras del sureste de Gran Canaria, incluidas las que dieron lugar al motín de Agüimes, o incluso al motín de la Selva de Doramas por la apropiación por parte del gobierno español de recursos comunales que trataba de subastar o que concedió en forma de favores a militares.
Las tierras comunales no son solo pasto, al igual que en Marruecos también se regula el cultivo. Esto ocurría en las ya mencionadas tierras comunales de Aldea Blanca, Llanos de Sardina y Castillo del Romeral que dieron lugar a al motín de Agüimes en 1718. Estas tierras no eran simplemente “baldíos”. Eran el sustento de comunidades campesinas que dependían de ellas para criar ganado, cultivar alimentos y sobrevivir. Lo mismo ocurrió en Guriamen en Fuerteventura - tierras comunales con propósito tanto agrícola como ganadero que compartían vecinos de Lajares, Villaverde y la Oliva - ante el intento de usurpación de uso por parte del Marquesado de la Florida por lo que estalla una rebelión en 1829.
Los campesinos no eran propietarios en el sentido moderno de estas zonas comunales, pero sí usufructuarios con derechos históricos. Esos derechos estaban basados en costumbres ancestrales. Lo mismo ocurría en Lanzarote según noticias históricas como los juicios de residencia donde se pueden identificar estas practicas nativas castellanizadas.
Canarias es un lugar con muchísimos microclimas. Las estrategias dependen de las condiciones particulares de cada isla, de cada vertiente. Por tanto es imposible sacar un "agdal" pastoril o un ciclo de cultivo de cebada que sea universal para todo el archipiélago. Pero mucho más importante que fijarnos en la forma es fijarnos en la Esencia.
Las antiguas sociedades canarias tenían unas bases filosóficas y espirituales que permitió la continuidad de la vida. Buscaban, la sostenibilidad, el equilibrio y la justicia no solo en la gestión de los espacios naturales sino en el de sus grupos humanos. Era una mirada profundamente espiritual que valoraba cosas como la biodiversidad, porque para que exista creación debe existir multiplicidad. El entender estos valores es superar la narrativa colonial oficial y redescubrir la dignidad de lo que fuimos. Es redescubrir nuestra verdadera cultura original y unos valores que no tienen nada que envidiar a otras sociedades. Entenderlo es la clave para sanar el territorio y sanar como pueblo, porque no hay territorio sin cultura ni futuro sin memoria.
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PD: Agradecer a Marcos la información sobre los agdales de La Palma, a Juan Francisco sobre las rutas de Tamaraceite, a GEVIC por las rutas de la trashumancia y a Ignacio Reyes por el trabajo de traducción que lleva haciendo de forma desinteresada desde hace décadas.
Los artículos de este blog no son debates teóricos, son batallas por la definición de la realidad. Las narrativas no son inocuas, según quién las use son instrumentos de liberación o de poder y dominación. Mientras dejemos que otros dominen el relato, que escriban nuestra historia o eduquen a nuestros hijos según su versión de las cosas, otros establecerán el marco y definirán quienes somos,... definiendonos como apéndices y no como sujetos y escritores de nuestro propio destino. Si crees que a alguien le vendría bien leer este artículo comenta y comparte...
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