La deforestación de Gran Canaria en el siglo XIX y el papel de Tenerife

La deforestación de Gran Canaria comenzó nada más terminada la conquista. El primer ciclo de la caña de azúcar requería de mucha leña para destilar el preciado tesoro de la caña.  En 500 años desapareció el 80% de los bosques de la isla.

En tiempos pretéritos el norte de Gran Canaria estaba cubierto por un enorme bosque de Laurisilva. Era el célebre bosque de Doramas al que le cantaron odas poetas y escritores como Cairasco de Figueroa, Abreu y Galindo, Graciliano Afonso o Tomás Morales. Pero aparte de la Laurisilva  Gran Canaria también contaba con extensos pinares en el centro de la isla y un gran bosque termófilo - el célebre monte lentiscal que fue testigo de la victoria de las gentes de la Atalaya y del interior de la isla sobre los holandeses de Van der Doez - que ocupaba las medianías del este y noreste isleño. 


A principios del siglo XIX se inician las maniobras políticas para la roturación y el reparto de los montes que quedaban en la isla, principalmente el Monte Lentiscal y el Monte de Doramas. Esto creo una fuerte controversia entre los conservacionistas y la oligarquía que quería apropiarse de esas tierras.

Soverón, el presidente de la Diputación Provincial con sede en Tenerife, decía a unos pueblos que podían apropiarse parte de la Montaña y a otros "les mandaba órdenes terminantes para su conservación". Los pueblos del norte de la isla estaban alarmados por las noticias que corrían. Estaban convencidos de que las autoridades habían indicado a sus amigos y allegados que estuviesen preparados para, llegado el momento, apropiarse de las mejores, y mayores tierras. 

La Diputación Provincial de Canarias (todavía no había división provincial), y especialmente algunos de sus miembros que luego obtendrían importantes datas: los tinerfeños José Sicilia y González Corvo, y los canarios Pedro Gordillo, Francisco Campos y Francisco Carreras, se esforzaba por conseguir el reparto de Doramas. Se repartieron suertes y empezaron las talas sin la autorización competente.

Los pueblos de Firgas, Moya y Arucas dirigieron una Representación al Jefe Político y a la Diputación Provincial en Tenerife, que, naturalmente, no obtuvo respuesta. Convocaron entonces a sus habitantes en la plaza de Teror, donde acordaron elevar una queja a la Real Audiencia, que contestó que con la nueva organización del Estado, ya no era competente en aquellos asuntos. Viendo que ya no les quedaba a quien recurrir "pusieron fuego a las casas de los usurpadores, destrozaron los trabajos hechos por ellos, y después se retiraron a sus casas"

En abril de 1823 llegó a Las Palmas, desde su residencia en Tenerife, el jefe político, Rodrigo Castañón, y tomó medidas para que se conservase la Montaña de Doramas, con lo que se calmaron un poco los ánimos. Pero la desconfianza no desapareció. En Tirajana trató de adquirir información sobre los pinares, pero nadie se la daba pensando que los quería repartir. Se cuenta que entonces se dirigió al secretario del ayuntamiento amenazándole con grandes penas si no le decía cuantos pinos había en el pinar, y éste, señalando al perro que tenía a sus pies, le contestó: "Cuando Ud. me diga cuantos pelos tiene el perro".

En Junio de 1823 ardió la Montaña de Doramas y se inicia el motín del mismo nombre bajo el grito de guerra "Viva la Virgen del Pino y la Montaña de Doramas", y que unió prácticamente a todos los pueblos de la isla. Teror, Firgas, Arucas y Moya acudieron a sofocar el incendio, y, de paso, a destruir las fincas que se habían hecho en la Montaña. Cuando lo supo el Ayuntamiento de Las Palmas envió una compañía de 100 hombres a las órdenes de José Joaquín Matos. Pero los citados pueblos les salieron al encuentro, armados con los fusiles del regimiento de Guía y con hoces y garrotes, y las tropas enviadas por Las Palmas huyeron.

El comandante general de Canarias, mariscal de campo Ramón Falo, envió al teniente coronel Toscano a Las Palmas. Poco después deportó al Puerto de la Orotava a D. Juan Bautista Undaveitia, antiguo Regente de la Audiencia en Las Palmas, a quien se consideraba - junto a otras personas de "alta categoría"- promotor de los desórdenes. y por último, envió una compañía de 100 hombres al mando de Castañón, el jefe político, desde Tenerife.

El 7 de septiembre ya estaban los pueblos del norte reunidos en Teror. Desde allí se dirigieron a Tafira para encontrarse con los de ese lugar y los de la Vega de Santa Brígida, y muchos que habían llegado de Telde. Había entre ellos, también, soldados de los regimientos de Las Falmas y Guía. Iban armados con fusiles, cuchillos, palos, trabucos y, en general, con un armamento variado y desigual.

Unos días después, el 12 de septiembre, se envió de nuevo a un comisionado para parlamentar con los sublevados, y esta vez si que logró que se retirasen. Cuando volvía a Las Palmas, en las Rehoyas se encontró con Castañón y Francisco María de León, que se había puesto en marcha con las tropas a las doce de ese mismo día. Les informó de lo ocurrido, pero éstos siguieron su marcha hasta que divisaron a los amotinados, dispararon unos cuantos tiros de cañón a puntos distantes de donde se hallaban y se volvieron a la ciudad. Algunos amotinados pasaron a la cumbre y llegaron a Tírajana. De allí se dirigieron a Agüimes donde hallaron al pueblo ya armado. Luego pasaron por Ingenio y Carrizal, donde también se habían armado los vecinos, y todos juntos, con los cañones del Castillo del Romeral tirados por camellos, se fueron a Telde, donde se les unieron los vecinos, las milicias y la Guardia nacional.

Allí supieron que venían desde Las Palmas a atacarles y tomaron posiciones. Castañón, el jefe político de Canarias que había venido desde Tenerife, con 450 hombres de todas las armas, después de oír misa en la Plaza de Santa Ana, se dirigió a Telde. Allí, según Millares Torres, envió un parlamentario, ofreciendo a los rebeldes un perdón generoso si se retiraban tranquilamente a sus casas. Las compañías que pertenecían al regimiento de Telde observaron que su responsabilidad en aquellos momentos era muy grave, y circulando la noticia entre ellos, se conmovieron y se pasaron con armas y bagajes a las tropas de Castañón. Tal abandono fue de un efecto terrible entre los sublevados. Tras esto y los primeros cañonazos los amotinados se dispersaron perseguidos por las tropas que realizaron muchas detenciones y cometieron muchos abusos.

Años más tarde, en 1831 el Mariscal de Campo y comandante general de Canarias Francisco Tomás Morales obtuvo en pago de los atrasos que le debía el Estado por sus servicios a la Corona en las guerras de Venezuela, una extensa data en Doramas. Las tierras que se le dieron fueron 900 fanegadas, pero se apropió de 3.000 y algunos dicen que hasta de 4.000 y fue el fin de la selva de Doramas.

La isla de Gran Canaria se convirtió en víctima de múltiples saqueos que dictaminó o fomentó la nueva capital de Santa Cruz de Tenerife, sede de la Capitanía General. Los escasos bosques fueron objeto de una "terrible tala" desde mediados de 1834, a través de las pródigas autorizaciones concedidas por el jefe político y la Diputación provincial - también con sede en Santa Cruz de Tenerife. Las maderas eran remitidas sobre todo a los almacenes de Santa Cruz de Tenerife y las denuncias de la municipalidad de Las Palmas por semejante deforestación resultaron inútiles. 

En Octubre de 1834 y a instancias del Regidor Bernardo Doreste, la corporación municipal de Las Palmas venia censurando la "terrible tala" que sufría el Pinar de Tamadaba, "único monte que nos resta". El mismo ayuntamiento había elaborado en 1826 un plan de conservación del ya escaso patrimonio forestal, que despreció sin mas el Juzgado de Marina con sede en Tenerife. 

Doreste denunció que la madera insular se trasportaba para su comercialización "a los almacenes de las demás Islas, particularmente a los de Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura". En su Memoria de 1841, el licenciado Ruiz de Bustamante arguyó que en Santa Cruz fue "donde se forjó el rayo asolador del hermosisimo y dilatado Doramas", allá por la época en que presidió la Junta de Fomento el comisionado Manuel Genaro de Villota. Lo mismo plantea sobre Lentiscal y Tamadaba: "Hanse talado a espantosa porfía desde que, o los Comandantes de marina, o los Jefes políticos, o la Diputación provincial, concedieron las licencias para el corte de maderas y leña". Al referirse a la riqueza de los montes grancanarios, señala el autor que la capital provincial de Santa Cruz de Tenerife "trabaja de cuantos modos le es posible por aniquilarla"



El 11 de abril de 1836 estalló en Las Palmas un motín contra dos aborrecidos empleados públicos y supuestos espías de Santa Cruz de Tenerife, promovido según Chil por "las gentes del partido exaltado", es decir, por los progresistas. Uno era el ex subdelegado de Policía y teniente de navío Salvador Clavijo y Miranda, de estirpe lanzaroteña, quien a la sazón desempeñaba la capitanía del puerto y por ende la subdelegación de Montes asociada al ramo de Marina; el otro fue el tinerfeño y guarda mayor o fiscal celador de Montes Juan Creagh y Madan, hijo de un teniente coronel expulsado de la isla durante la asonada antitinerfeña del 1 de septiembre de 1808 y pariente político de los Murphy de Santa Cruz de Tenerife. Las campanas del Seminario Conciliar tocaron a rebato y redoblaron tambores, apiñándose varios corros en las Plazas de Santa Ana y de la Constitución, "entre los que se hallaban mezclados gran número de guardias nacionales" que prorrumpieron en "mueras" a la pareja funcionarial.

Ante el ayuntamiento, congregado con "algunos vecinos de importancia", la referida milicia liberal presentó desde su cuartel de San Agustin un memorial reclamando la prisión inmediata de los dos interfectos y la apertura de una causa por robos y daños en los pinares. Tal y como nos cuenta Millares Torres "Parece que en el valle de Chinimagra se habían cortado en dos años 12.000 pinos, y en la aldea llamada de San Nicolás estaban 80 jornaleros dedicados sólo a convertir los pinos en carbón".

El temor a cualquier desmán o atropello hizo que la municipalidad de Las Palmas, "para asegurar por este medio sus personas" y no exponerlas "al insulto del pueblo que las amenazaba", sacara de sus viviendas a Clavijo y a Creagh con sus familias, los embarcara con destino a Santa Cruz y diese parte de todo al gobernador militar en Tenerife, al jefe político en funciones y al tribunal de la Audiencia.

Un informe de los regidores comisionados para examinar la situación de las masas arbóreas, determinó la responsabilidad de aquellos empleados públicos en los cortes indiscriminados que afectaban a los municipios de Mogan, Tejeda y Artenara. La protesta popular dio alientos al orto del divisionismo que propició la Junta erigida en la ciudad grancanaria el 21 de Agosto.

Por su parte Clavijo y Creagh llegaron a "informar con preces falsas a S. M. de que los Montes de Canaria se habían aumentado extraordinariamente desde que entraron en las manos de la Marina. Me es un hecho criminal que es necesario rebatir para que el Gobierno se instruya de esta clase de empleados ..." El subdelegado especial de Policía de Gran Canaria, Rodrigo de Ávalos, oficio el día 13 al secretario de Estado y de la Gobernación informándole de estos sucesos. Las diligencias de la corporación ante "las desagradables ocurrencias que alteraron la tranquilidad publica", fueron aplaudidas por el gobernador civil, quien prometió tomar las providencia justas" para que las talas no continuasen". Pero a pesar de la tenaz oposición de los vecinos de Las Palmas y de otras municipalidades, las deforestaciones instigadas desde Santa Cruz de Tenerife no se detuvieron

Por la Exposición Fundamentada de Ruiz de Bustamante sabemos que, todavía en 1840, el jefe político o la Diputación provincial "conceden pródigamente el corte de madera, aunque sus atribuciones no alcancen sino hasta cierta clase y hasta cierto limite, y tálanse horrorosamente; y así consiguen debilitar más y más y arruinar del todo a su rival; ¡cuán reiteradas y cuán desatendidas han sido hasta ahora las reclamaciones de la Gran Canana sobre estos desastres!"

Numerosas voces se seguían alzando en la isla contra la deforestación diciendo que "venia a quedar la Isla lo mismo que la de Fuerteventura, careciendo de madera para la construcción de sus buques menores, único ramo de industria que tiene, y sin la leña y el carbón, teniendo que proveerse de estos implementos tan necesarios del extranjero a precio que no podrán sufrirse, puesto que observaban el empeño con que las autoridades encargadas de su conservación trataban de exterminarlos totalmente"

Fuente; colección de la FEDAC. Astilleros de San Telmo en LPGC

La madera de los bosques grancanarios se asocia a "la arquitectura naval y terrestre", a "la bien celebrada industria de la pesca" y a "las fábricas de peleteria y maderaje, como la de sombrereros y ebanistas, que llegaron a emancipar la provincia de extranjeras importaciones". La madera era fundamental para el abastecimiento de carbón, útiles de aperos, etc.. de la isla, pero también para los Astilleros de la Marina de Triana (Parque San Telmo), los careneros del Arrecife (La Puntilla en la isleta), así como para la industria del salado, es decir las pesquerías canarias en la costa del Sahara que aportaban una fuente proteínas a la población insular. La total deforestación y exportación de madera hubiera hecho imposible la continuidad de estas importantes actividades en la isla.

Evidentemente todo esto se encuadra en la lucha durante el siglo XIX, por parte de la oligarquía de Santa Cruz, de monopolizar el comercio y el poder en Canarias. Hechos históricos y actitudes que, junto con otras, han impedido desgraciadamente la existencia de un sentimiento de Canarias como un todo.

En el próximo articulo describiremos como el censo y el sistema electoral canario en el siglo XIX se manipuló sistemáticamente para provecho de Santa Cruz de Tenerife.



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