El Agdal de la montaña

Ganado y goro en el Yagour (Alto Atlas marroquí)

Cho Lucio me contó una historia antigua, una historia sobre el equilibrio y el respeto, una historia de lo que fuimos y hemos olvidado...

Dicen los ancianos que, en los tiempos en que las montañas hablaban y los hombres escuchaban, hubo una aldea que casi perdió su alma por culpa de la prisa.

El valle era fértil, los rebaños fuertes, y las familias vivían sin temer al invierno ni al verano. Pero un año de escasa abundancia trajo la impaciencia. Los jóvenes pastores empezaron a subir demasiado pronto a los pastizales de alta montaña, donde la hierba florece como un milagro en primavera.

—¿Qué mal puede hacer? - se decían -. Solo unas semanas antes. Nadie lo notará.

Pero la montaña sí lo notó. Y los espíritus que la guardan también.

Primero, la hierba comenzó a crecer más fina. Luego, los manantiales se volvieron tímidos, y los animales empezaron a flaquear. Nadie entendía lo qué ocurría. Hasta que una noche Ayyur, el anciano faycagh del pueblo, reunió a todos junto al fuego.

—Los pastizales no son nuestros - dijo -. Nosotros somos su visitante. Y, como todo huésped, debemos saber cuándo entrar y cuándo dejar descansar la casa. La montaña está enferma porque hemos roto el pacto.

Ayyur habló de los genios que cuidan cada rincón de la montaña, de los santos y espíritus antiguos que vigilan desde las rocas y de las voces ancestrales que recuerdan a la gente cuándo cerrar y cuándo abrir los caminos. Contó que sus abuelos celebraban un tagoror donde se sellaba la prohibición de subir hasta que la tierra estuviera lista.

—El pastizal necesita dormir - dijo -. Si no lo dejamos soñar no florece y jamás volverá a despertar verde y con el cabello abundante.

Al día siguiente la asamblea del pueblo subió a la montaña. Allí, ante las montañas, proclamaron el cierre del permiso. Nadie entraría hasta que el anciano que medía las sombras - y los espíritus que velaban por el lugar - dieran su permiso. El silencio volvió. La hierba, por fin, respiró. Las flores brotaron y con ellas las semillas de la nueva vida.

Cuando meses después el tagoror y el faycagh reabrieron de nuevo el pasto de la montaña, la pradera apareció tan verde como en los relatos antiguos. Los manantiales rieron de nuevo entre las piedras y los rebaños engordaron como nunca.

Desde entonces, dicen que cada primavera la montaña duerme con un ojo abierto, esperando que los hombres recuerden el pacto. Porque el pacto no es una prohibición sino una promesa. Una promesa entre la tierra y quienes viven de ella. Una promesa de equilibrio y de armonía. Una promesa de que nadie se adelanta porque todos respetan. Porque, aunque hay veces que la tierra es dura y el agua escasa, hay que conocer el arte de saber cuándo entrar en un lugar y cuándo dejarlo descansar. 

Porque el territorio tiene su tiempo..., y romperlo es romperte a ti mismo.

En el Yagour del Alto Atlas los pastores llaman a ese pacto agdal. Y en Canarias ese agdal vivía en Aguere y entre los refugios de pastores de las cañadas del Teide. Y todavía su recuerdo vive en la memoria olvidada de otro tiempo, de otro respeto, de otra mirada. Vive en la sabiduría ancestral de lugares y nombres como Agadil en la Gomera, o Gurime en Fuerteventura, o Binto en el Hierro a la entrada a la dehesa..., o en Faraylaga también en la dehesa pero está vez de Agaldar..., o incluso en la fiesta del charco. Un recuerdo de otro tiempo que vuela como un susurro en el viento, como un sueño, como un anhelo en el corazón puro.




PD: faycagh/faycan sacerdote masculino, santón

El sistema Agdal representa la principal forma tradicional de gestión de la tierra y conservación de los recursos naturales entre los pueblos amazigh. El término se refiere a una regla comunitaria que prohíbe temporalmente la explotación de un recurso natural específico (la mayoría de las veces de origen vegetal) dentro de un área definida, permitiéndole regenerarse. Es una forma de gestión colectiva de tierras cultivadas, pastos o bosques, y puede aplicarse a zonas de pastoreo, huertos o tierras forestales.

Derivado de de la raíz amazigh GDL que significa "cerrar", "cercar", "prohibir", "proteger" o incluso “dejar crecer los cabellos”. Significa un “lugar cerrado”, un “espacio protegido” o, en un sentido más profundo, un “territorio bajo una prohibición temporal”. Pero su esencia no es el cierre sino la regulación colectiva del acceso a un recurso para garantizar su regeneración y su uso equilibrado. El sistema Agdal es practicado por las comunidades amazigh de todo el norte de África, desde el sur de Túnez hasta el Sahara occidental y desde Mauritania hasta el norte de Argelia. En Marruecos es muy común en el Alto Atlas y el Anti-Atlas, y a veces en las llanuras de Sous, en el sur de Marruecos.

Las prácticas agrícolas tradicionales, como proteger las plantas jóvenes, respetar las fases de latencia y alinear las actividades con los ciclos climáticos, se basan directamente en un conocimiento empírico que es esencial para la gestión sostenible. La división de roles entre géneros también es fundamental para mantener y transmitir este conocimiento tradicional. Los hombres suelen ser responsables de la gestión colectiva de los pastos y del establecimiento de períodos de uso restringido. Las mujeres, por otro lado, son los actores principales en la recolección, procesamiento y transformación de productos derivados, particularmente dentro de las cooperativas locales.

Una dimensión a menudo ignorada es que el Agdal no sólo está protegido por las normas humanas, sino por entidades invisibles. Por ejemplo en el Alto Atlas, las zonas de agdal —especialmente en Yagour, Amassine o Tifnoute— se asocian a genios guardianes (jnun, igerramen), santos locales (igurramen o "sidi") o fuerzas ancestrales que castigan la transgresión. Esto crea una doble capa de cumplimiento; una sanción social en forma de multa, vergüenza y pérdida de derechos junto con una sanción espiritual que puede manifestarse como enfermedad, desgracia o la pérdida del ganado.

Este antiguo sistema indígena, del que tenemos muchos ecos en Canarias, permite evitar lo que se conoce en economía como la tragedia de los bienes comunales, pero de eso hablaremos en el próximo artículo.

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