Mañana sábado día 29 de Septiembre, se cumplen 516 años de la última batalla de la conquista militar de Tenerife. En esta ocasión reproducimos un artículo que a tal efecto a publicado Fernando Hernández en su blog "Crónicas del Guirre". Fernando procede de una familia de pastores del sur de Tenerife y es heredero de una larga tradición que recoge la memoria oral de los antiguos.
Fernando ha publicado la novela Taucho, que recoge y explica de una forma amena parte de esa tradición oral y que a más de uno le sorprenderá. El pasaje de la novela que recrea la Batalla de los Magotes se reproduce al final del texto.
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El amanecer del 29 de Septiembre del año 1496, una partida de soldados
castellanos enviados por Alonso Fernández de Lugo y un grupo de nueve
espingarderos alemanes comandados por el mercenario Jorge Grimón, se
presentaron en batalla en la montaña de Guaza (Arona) resueltos a sofocar la
insurrección 3.000 guerreros de las comarcas de Adeje y Abona que junto a los chasneros
(alzados) amenazaban la hegemonía que los castellanos habían ganado en las
comarcas conquistadas.
El lugar elegido por los guerreros guaxit (los legítimos), Las Mesas de
Guaza para presentar batalla, obedece a las profundas creencias espirituales de
los combatientes. Cerca de aquel lugar se encuentra el oratorio de Los Magotes,
lugar donde cada mañana se hacia la salutación a la deidad. Una zona donde
podían contar con el favor de las divinidades en un trance donde intentaban
alejar el peligro que representaban los gauripas (hijos de la cólera) para sus
comarcas.
Oratorio de los Magotes |
Las Mesas de Guaza, donde se desarrolló la batalla |
Playa de la Carnada, punto de desembarco de los castellanos |
Aquel día las espingardas (armas de fuego), utilizadas por primera vez en
la conquista de las islas, dieron la victoria a las tropas castellanas, que al
filo del medio día levantaban los estandartes al grito de “San Miguel y España”
por el triunfo. Unos de los episodios más crueles y vergonzosos de la
conquista militar castellana para reducir la isla de Tenerife se dio en
aquellos días.
Los españoles, después de la Batalla de los Magotes, decidieron concentrar a todos los capturados en la batalla en la desembocadura de un barranco cercano a la montaña de Guaza. No quisieron trasladar a la población cautiva, debido al desconocimiento de los mandos sobre el terreno donde se encontraban y hacer así que las posibilidades de fuga de los capturados fueran nulas, permitiendo a las tropas castellanas una mejor vigilancia sobre ellos. Aguardaban la llegada en barco del Obispo que en aquellos tiempos había en las Islas, don Diego de Muros, y su canónigo Alonso de Samarinas, para proceder al bautismo masivo de los sometidos.
Los españoles, después de la Batalla de los Magotes, decidieron concentrar a todos los capturados en la batalla en la desembocadura de un barranco cercano a la montaña de Guaza. No quisieron trasladar a la población cautiva, debido al desconocimiento de los mandos sobre el terreno donde se encontraban y hacer así que las posibilidades de fuga de los capturados fueran nulas, permitiendo a las tropas castellanas una mejor vigilancia sobre ellos. Aguardaban la llegada en barco del Obispo que en aquellos tiempos había en las Islas, don Diego de Muros, y su canónigo Alonso de Samarinas, para proceder al bautismo masivo de los sometidos.
Durante los días de espera, los soldados castellanos se ensañaron con los
capturados.
Asesinatos a sangre fría, maltratos físicos de niños y ancianos,
violaciones sistemáticas de las mujeres guaxit... Ésta fue la tónica general en
aquel período de agonía para una población que debía ser bautizada e instruida
en la fe de sus verdugos.
Un campo de concentración donde los castellanos quisieron imponer mediante
el terror la supremacía de su cultura y aniquilar psicológicamente cualquier
intento de resistencia de la población.
Desaguada del Barranco de Aquilino, cuyo nombre precolonial es Los Ceres |
Aquel lugar, donde tantas vidas se perdieron y seres humanos sufrieron lo
indecible, que en época de los guaxit se llamaba los Ceres, quedó grabado en la
memoria del pueblo con el nombre de “Corral de los de Adeje”, lugar evitado
muchas veces por los cabreros de la zona, debido a los horrores que allí se
cometieron y, más tarde, como un guiño irónico de los vencedores, se marcó para
el futuro como playa de Los Cristianos. Pero la historia siempre la escriben
los victoriosos, en este caso, incluso, silenciándola.
Aunque siempre quedo memoria en la tradición oral de lo que allí ocurrió. Que
un grupo de guerreros guaxit fueron valientes aquel día en la defensa de sus
comarcas, aun a pesar de que sabían que su bravura nada podía hacer contra las
armas de fuego. Todo un ejemplo y orgullo para las nuevas generaciones de cómo
con un corazón y espíritu combativo se puede encarar la adversidad; honor,
gloria y memoria para aquellos valerosos guerreros guaxit cuando se cumple 516
años de la batalla.
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T
|
odavía no había amanecido
cundo los castellanos fondearon la nave en la pequeña ensenada que quedaba a
las espaldas de la montaña de Guaza.
Siempre en silencio, los capitanes de Alonso de Lugo daban las órdenes
pertinentes a los soldados para el desembarco. En amplias chalupas, el
contingente de hombres, caballos y pertrechos fue depositado en la playa.
Cuando todos estuvieron en
tierra, el alférez Juan Milián mandó que a todos los caballos se les forrara
los cascos con trapos para evitar hacer ruido con los pasos. Se pusieron en
marcha por un estrecho sendero que discurría por la ladera hacia la cima, con
la finalidad de tomar posiciones en la amplia llanura que se presentaba a los
pies de la montaña. Llegaron sin ningún contratiempo a la cumbre, donde los
recibió una brisa gélida que soplaba en aquel paraje cuando se posicionaron en
las inmediaciones de la meseta. Los soldados de infantería se desplegaron
rápidamente hacia los flancos izquierdo y derecho, mientras los espingarderos
de Jorge Grimón tomaban la vanguardia y la caballería quedaba en la
retaguardia. Los primeros rayos de sol se divisaban en el horizonte, pudiendo
ver la planicie que se les presentaba ante sí.
En la lejanía, justo en los
pequeños montículos que descendían desde la montaña, pudieron divisar los guabores
de Ichasagua
dispuestos en tres destacamentos que los observaban en silencio. El alférez,
los dos capitanes y Jorge Grimón descabalgaron de sus monturas y se acercaron
formando un pequeño corrillo, mientras dirigían su vista hacia las elevaciones
donde se encontraban sus enemigos.
― ¿Que os parece, caballeros?
―dijo Juan de Milián señalando con un gesto de la cara en dirección a los
montículos.
―Es una posición extraña la
que han tomado, sabiendo que están al alcance de nuestros caballos ―expresó
Diego de Mesa.
El alférez hizo un ademán con
las palmas de las manos hacia arriba y sonreía maliciosamente.
―De todas maneras,
caballeros, ¿quién entiende las formas de actuar de estos animales? ―dijo con
tono burlesco.
―Bueno ―comentó con aire
despectivo―. Terminemos con estos andrajosos, cuanto antes lo hagamos antes
estaremos divirtiéndonos con alguna de esas salvajes jovencitas que tanto os
gusta, don Diego ―apuntó con aire burlón, mientras todos reían a carcajadas.
El alférez dio órdenes para
que un lengua de las tropas auxiliares, acompañado del estandarte de Castilla,
fuera a disuadir al enemigo y le manifestara que su lucha era en balde.
Ichasagua
seguía atentamente todos los movimientos de los gauripas
en la lejanía. Habían tomado posiciones en los Magotes,
con la divinidad protegiendo sus espaldas. Guabinque
permanecía agachado junto a su hermano, aferrando fuertemente la sunta,
mirando con asombro los caballos de los gauripas.
Había soñado desde niño este día, pero ahora que había llegado notaba un sudor
frío y un vacío en la boca del estomago, junto al palpitar desbordante de su
corazón.
Tenía miedo.
En su interior, sabía
perfectamente que era miedo, pero se negaba a reconocerlo, pues eso no era lo
que se esperaba de un guabor,
pero sin embargo tenía miedo. Un miedo que por momentos se estaba convirtiendo
en pánico.
Guasiegre
se le acercó y posó la mano en su hombro.
― ¿Qué te pasa, muchachito?
―le dijo cuando notó que Guabinque
estaba blanco como la leche de cabra recién ordeñada.
Guabinque
miró hacia los lados, buscando no ser oído por su hermano y compañeros le
inquirió al chaurero.
―Cho, ¿qué me pasa? ―dijo con
tono de súplica-. Siempre quise entrar en combate, y ahora tengo una sensación
como de…
―Miedo ―le cortó Guasiegre
mirándolo fijamente a los ojos.
Guabinque
asintió con la cabeza en silencio mientras bajaba la mirada al suelo.
―Es normal, muchachito, no te
debes avergonzar por ello ―le dijo
comprensivo, mientras Guabinque
alzaba nuevamente la vista por lo que acababa de oír―. Todo hombre que haya
entrado en combate sabe lo que es. Son las dudas de no saber qué hacer en el
fragor de la batalla y, por supuesto, el miedo a la muerte. Así que sosiégate,
pues cuando estés en ella tu instinto natural te guiará en lo que tienes hacer.
Guasiegre
se le acercó al oído y, susurrándole, le comentó:
―Deberías estar contento; yo,
la primera vez que entré en combate eran tanto los retortijones de la barriga
que me cagué la tamarca y dejé un
intenso aroma durante toda la batalla ―le confesó, mientras los dos estallaban
en sonoras carcajadas.
El lengua, un antiguo guaxit
de la comarca de Güimar pero
bautizado después como Guillén Castellano, avanzaba sorteando las pequeñas tabaibas,
seguido de un soldado que portaba el estandarte de Castilla. Cuando llegaban al
promontorio, Ichasagua salió a
su encuentro.
―¡Caramba!, qué sorpresa,
pero si es el mismísimo Urma,
¿o ya te cambiaron el nombre tus amos extranjeros? ―dijo Ichasagua
en tono de burla al recién llegado.
―Mi nombre no es Urma,
mi nombre es Guillén Castellano, sucio bastardo ―contestó el lengua mientras
miraba arrogante al chasnero.
En un rápido movimiento con
su mano, Ichasagua sacó una tabona
afilada entre sus dedos y se la colocó en la garganta al lengua, mientras lo
sujetaba fuertemente por la solapa de su camisa ante la mirada aterrada del
soldado que portaba el estandarte.
―Guillén Castellano o Urma,
siempre fuiste un cobarde y ahora no sólo cobarde, también eres un traidor a
los de tu sangre ―le dijo el chasnero
remarcando sus palabras, mientras de un empujón se deshacía del amedrentado
intérprete.
―Dime, ¿qué quieres? ―le
lanzó secamente.
El lengua se compuso la ropa y
tomó aire. Buscó en su pequeño bolso que llevaba colgando en bandolera y sacó
un papel enrollado, atado con un lazo de color rojo y sellado con lacre. Se lo
acercó a Ichasagua y le
dijo:
―Aquí tienes las
disposiciones de mi señor, el alférez Juan Milián. En él se encuentran los
tratos que deberán tener con ustedes, si esta batalla no llegase a celebrarse.
El chasnero
miraba fijamente a Guillén Castellano, pareciendo que de un momento a otro de
un solo tajo de su tabona le
seccionaría el cuello. Ichasagua rehusó
tomar el documento.
―No conozco la lengua de los gauripas,
léeme tú esas disposiciones ―le dijo mirándolo con fiereza y una sonrisa
irónica.
El intérprete, receloso,
rompió el sello lacado y desenrolló el documento sin dejar de mirar al chaurero.
―En el lugar de los Magotes, en
la comarca de Abona, a 29 de
septiembre del año de nuestro señor Jesucristo de 1496, yo, el alférez Juan
Milián, por mandato del hidalgo don Alonso de Lugo, mi señor...
―Sí, sí, ya sé esos ritos
hipócritas de tus amos en sus tarjas ―le
interrumpió el chasnero impaciente, haciendo aspavientos con la mano.
―Te he dicho que me leas las
disposiciones, no tengo todo el día para escuchar boberías ―le espetó.
El lengua, cada vez más
incómodo y contrariado, se dispuso a leer la parte del documento donde se encontraban
esos mandatos:
―Primero ―comenzó Guillén
Castellano en voz alta para que fuera escuchado por todos―, rendición
incondicional de las fuerzas de los sublevados; teniendo en consideración esta
actitud, se respetará la vida de todos. Segundo, juramento de sumisión a
nuestras altezas los Reyes Católicos. Tercero y último, ser bautizados e
instruidos en la fe de nuestro señor Jesucristo.
El lengua terminó mientras Ichasagua
encendía una chispa de ira contenida en su mirada. Tomó despacio el documento
al tiempo que observaba con soberbia a su interlocutor. Lo tiró al suelo ante
la visión turbada del intérprete y el palidecido soldado que mantenía el
estandarte. Sacó su pene y empezó a orinar encima de las disposiciones. Cuando
terminó, lo agarró del suelo, volvió a enrollarlo y le puso la cinta roja.
―Toma ―le dijo mientras le
arrojaba el documento mojado a sus pies―. Ve y dale cuenta a tus amos de que no
me gustan sus disposiciones. También dile que no vine hasta aquí hoy para
rendirme a nadie y que nunca más me someteré a ningún hombre que, como yo,
naciera libre. Antes prefiero morir en combate y que los cuervos se sirvan de
mis entrañas en esta bella mañana. Ahora, vete y que cada cual mire por su vida
―sentenció Ichasagua mientras
le daba la espalda a Guillén Castellano y volvía sobre sus pasos hacia donde se
encontraban sus guerreros.
El intérprete, junto al
soldado que portaba el estandarte, recogió el documento y emprendieron ligeros
el regreso hasta sus posiciones. Al llegar, los mandos del ejército castellano
se apresuraron a interrogarlos.
―Señor ―dijo entrecortado por
la falta de aliento―, no quieren llegarse a pacto ninguno ―le comentó mientras
le mostraba el documento mojado y con la tinta escurriendo―. ¡Lo ha mojado con
sus orines! ―dijo con un tono de voz alterado.
Juan Milián montó en cólera
mientras ordenaba a los que portaban los tambores tocar a rebato. Sus
compañeros de armas montaron sus caballos y se dispusieron en retaguardia de
sus hombres para dar las respectivas órdenes de entrada en combate. En el
ambiente se podía respirar el nerviosismo por lo que allí habría de ocurrir. Un
intenso hedor a sudor de caballos y polvareda, mezclado con el olor acre de la
pólvora utilizada para las armas, inundó el ambiente.
La muerte estaba cerca y
acechaba.
El alférez, montado en su
caballo, que se movía inquietamente de un lado a otro, se puso delante de sus
tropas y las arengó.
―¡Ea, señores!, somos
caballeros españoles y debemos demostrar a esos salvajes contra quién entran en
justa. No tengáis piedad, pues no conocen nuestra fe en Cristo, haced la idea
que estáis delante de alimañas salvajes a las que hay que exterminar ―gritaba
con las cajas tocando de fondo orden en batalla.
―Hoy, día de San Miguel
Arcángel, la victoria será nuestra para mayor gloria de nuestras católicas
majestades. ¡Por eso, quiero que os unáis a mi grito y que os oigan esos
bastardos! ¡San Miguel y España! ―exclamó gritando, mientras era coreado con el
mismo grito de guerra por sus soldados, que levantaban sus armas con los ojos
desorbitados.
Desde la lejanía, Guabinque oyó
los gritos de los gauripas en su
ininteligible lengua. Ichasagua
se adelantó y dedicó palabras de aliento a sus hombres antes de la batalla.
―Hermanos e hijos de la
tierra de Guina. Hagamos
que este día sea recordado por los hijos de nuestros hijos para que se guarde
memoria de que hoy, en este lugar importante y sagrado para nuestro pueblo,
fuimos valientes en la defensa de nuestras comarcas. Que Achaman
sea nuestro testigo y amparo.
Repentinamente, desde las
pequeñas colinas justo detrás de ellos, de entre el centenar de mujeres y niños
que se encontraban allí, Guabinque y Guadote pudieron escuchar nítidamente la
voz desgarradora de su madre que gritaba:
―¡Aumenten los honores,
valerosos hombres de Guina!
Guabinque
notó que el alma se le encogía por la emoción, pues sabía que su madre luchaba
contra sus verdaderos sentimientos para alentarlos en aquel trance.
A continuación, todas las
mujeres irrumpieron gritando los ajijides
para azuzar a sus hombres al combate. Ichasagua y
todos los guerreros las miraban con expresiones de alegría. En un momento dado,
todos giraron sus cuerpos y miraron en dirección a los
gauripas. El chasnero
levantó su banot al tiempo
que lanzaba el grito de guerra guaxit:
―¡Datana! ―gritó
a viva voz, mientras daba orden de avanzar al grupo de combatientes del centro.
Todos se lanzaron en tropel
con sus armas en alto mientras vociferaban.
―¡Datana!
Jorge Grimón hizo avanzar a
sus nueve espingarderos alemanes hasta una distancia prudencial de sus
posiciones originales. Los mercenarios clavaron el apéndice situado debajo de
las armas en tierra, mientras con la rodilla en el suelo pegaron sus caras a la
espingarda y apuntaron al enemigo, esperando la orden de su jefe.
El centro de los guabores
guaxit se acercaba hacia ellos rápidamente, mientras el
flanco izquierdo y derecho permanecían rezagados con el ánimo de envolver a las
tropas castellanas cuando el centro de sus guerreros entablara el cuerpo a
cuerpo contra los españoles. Guabinque
avanzaba decidido empuñando fuertemente con una mano la
sunta en alto, mientras sentía la boca reseca, un agudo
dolor en el estómago producido por los nervios y el corazón latiéndole
furiosamente en su pecho. Ya podía distinguir a aquellos hombres, con sus ropas
extrañas, que, rodilla en tierra, permanecían con sus caras pegadas a sus
extraños bastones.
Entonces escuchó aquella
palabra.
La palabra jamás se le
borraría de su mente, a pesar de que en aquellos instantes no podía entender.
―¡Fuego! ―exclamó Jorge
Grimón, gritando como un poseso.
Para Guabinque,
el tiempo pareció ralentizarse. De aquellos extraños bastones salió un
ensordecedor retumbo, como el que producían los truenos en las cumbres los
fríos y lluviosos días de invierno, mientras despedían por la boca una lengua
de fuego y humo denso. Sus compañeros que estaban más adelantados que él
cayeron en el acto al suelo, llenos de sangre que brotaba abundantemente de sus
pechos, brazos y cara. Giró la vista y vio horrorizado cómo su hermano caía a
tierra con la mitad de su cara destrozada. Guabinque
sintió un intenso pitido en sus oídos que amortiguaba el ruido de gritos y
quejumbres de la batalla, como si los oyera en la lejanía. Se acercó a su
hermano y lo tomó entre sus brazos.
El impacto le había arrancado
a Guadote la piel y músculos de media
cara, dejando al descubierto un amasijo de tendones y hueso. Sangraba
profusamente, mientras los estertores de la muerte hacían su aparición. Guadote
clavó sus ojos azules en los de su hermano, temblando y respirando con
dificultad. Se aferró fuertemente a su brazo y, dando un último jadeo, quedó
inmóvil.
El flanco izquierdo y derecho
de los guerreros guaxit se
replegaron en desbandada, desconcertados por aquellas armas de los gauripas
y, volviendo a reagruparse, cargaron nuevamente contra el enemigo. Los
espingarderos se retiraron a retaguardia para preparar nuevamente sus armas,
dando paso a la carga de la caballería, que salió impetuosa al encuentro de los
sublevados, mientras las alas izquierda y derecha de los soldados españoles
envolvían a los guerreros guaxit.
Ambos bandos se acometían con fiereza en el cuerpo a cuerpo, llenando el
entorno de gritos, lamentos y jadeos por los esfuerzos.
Guabinque,
con los ojos llenos de lágrimas, agarró su sunta y, con una ira indescriptible,
se lanzó furioso al encontronazo de la caballería que avanzaba inexorable. Uno
de los jinetes alzó su pica para ensártasela en el pecho, mientras éste, de un
ágil y rápido salto, clavaba la sunta con violencia en el cuello del español. Guabinque
sintió cómo el arma, al penetrar, destrozaba músculos y tendones, haciendo caer
del caballo a su adversario. Cuando estaba en el suelo, de un rápido quiebro
dejó el trozo de sunta en el cuello del jinete, que se revolvía de dolor en el
suelo. Y volvió a embestir a un nuevo enemigo.
Su mente no pensaba. Estaba
cegado por la cólera.
Recreación de un guerrero guaxit para la novela "Taucho, la memoria de los antiguos". Autor: Josué Cabrera |
La batalla estuvo reñida
desde el principio, pues unos y otros luchaban con furor, pero las armas de
fuego darían aquel día, irremediablemente, la victoria a las tropas
castellanas. La caballería rebasó las posiciones enemigas para volver a
situarse en retaguardia y los espingarderos volvieron nuevamente a descargar
otra andanada contra los sublevados. La muerte se cebó aquella jornada con los
valiente guerreros guaxit. Avanzada
las hostilidades, cientos de cuerpos ensangrentados de guabores se hallaban
desperdigados por el campo de batalla.
Guabinque
seguía batiéndose con odio en la contienda. Cuando luchaba encarnizadamente
contra un español, de reojo vio avanzar hacia él un jinete que blandía un
extraño artefacto con una bola salpicada de afilados picos. Se giró para
acometerlo y sintió un violento golpe en el lado izquierdo de la cara a la
altura de su frente. Se tambaleó sin poder coordinar sus miembros y cayó de
espaldas, quedando boca arriba sin saber dónde estaba, mientras sintió cómo se
teñía de rojo intenso el azul del cielo y una voz que le sonaba lejana le
increpaba a huir, hasta que todo se volvió oscuridad y silencio.
La
caballería se aplicaba con saña en perseguir y aniquilar a los guaxit
que se batían en retirada. No respetaron a las mujeres y niños que recogían los
cuerpos de sus guerreros, también ellos fueron víctimas del exterminio de la
caballería española. Al filo del mediodía, los castellanos levantaban y hacían
ondear en el campo de batalla los estandartes de Castilla con vivas muestras de
júbilo por la victoria.
De la novela “Taucho, la memoria de los
antiguos”, Fernando Hernández González CBS Ediciones- ISBN-978-84-614-3004-8.
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Toda persona que habiendo nacido en el archipiélago Canario y conociendo la historia de Canarias se considere español, es un hijo de p... Porque prefiere ser hijo de la madrastra ordinaria que defender la tierra que lo vio nacer. Toda persona tiene dos madres: la mujer que le dio la vida, y la tierra que lo vio nacer. Y a las dos debe respetar, querer y defender. Viva Canarias libre, soberanía y democracia REAL.
ResponderEliminarMi lamento y rabia son guanches.
ResponderEliminarUna gran desgracia el que no se cuente en nuestra literatura de "evasion" histórica ni el 10% de la verdad de los hechos. La defensa de nuestro pueblo como nación en el mundo del siglo XXI nada tiene que ver con la falaz idea de que la libertad viene de un pasado en demasiadas ocasiondes inventado.Cualqjuiera medianamente documentado sabe que Ichasagua es una recreación de Bethencour Alfonso.
ResponderEliminarEl autor del artículo, Fernando Hernandez es hijo, nieto y bisnieto de pastores del sur de Tenerife y heredero directo de una rica tradición oral de los antiguos. Lo que recoge el articulo es precisamente eso, la tradición oral de los pastores del sur de Tenerife sobre los hechos ocurridos en la batalla de los Magotes en Adeje. Que cada cual lo tome como quiera.
ResponderEliminarSr. Acoran,solo como recordatorio a sus contertulios y "narradores" hacer el siguiente apunte.El combate,que no batalla, de Los Magotes en el reino de Abona solo tiene un apunte histórico demostrable y contenido en los acuerdos del Cabildo de Tenerife del año 1496 y la Informacion testifical nobiliaria de 1506. El testigo Pedro de Vera declara que"que vio desembarcar a Jorge Grimón en esta isla e saco tres espingardas y dos adargas y cuatro cantaros que dezian venian llenos de polvora"..El testigo Alonso de Armas declara " estando este testigo en las partes e Abona peleando con los isleños acudió alli Jorge Grimón con siete espingarderos y con su venida se rindieron los de Abona que estaban fuertes en Los Mogotes.No sería sano para los que amamos la CANARIAS de hoy y de la que comemos cada dia, sacar a relucir las flaquezas propias de la derrota y que llevaron a Don Pedro de Adexe y muchos guanches de paz a colaborar en la rendición de sus hermanos alzados. CANARIAS LIBRE,pero no nuevamente manipulada y cainista.
ResponderEliminarrespeto, quiero y defiendo la tierra que me vio nacer, pero estas confundido acoran, naci en canarias y conozco su historia. mi padre es peninsular y mi madre extranjera, y te puedo asegurar que sintiendome español, tu no eres ni mas ni menos canario que yo.
ResponderEliminarvuelvo a repetir que la novela de Fernando recoge la tradición oral, según el autor es un 85% tradición oral y tan solo un 15% ficción.
ResponderEliminarLa historia oficial puede ser otra. En esta entrada hay un enlace al documental 500 naciones en la que se recoge la tradición oral de los pueblos nativos americanos, que en muchos casos difiere con la historia oficial.
http://menceymacro.blogspot.com.es/2012/09/500-naciones.html
Los pies negros también se sentian argelinos, y pelearon por el mantenimiento del sistema colonial extractivo en Argelia. Eso no cambia nada ni justifica un regimén injusto basado en la explotación que castra las posibilidades de desarrollo de una nación.
ResponderEliminarno es que me sienta canario, ancor o jurgen, es que lo soy. aunque no me haga llamar con un nombre "aborigen". y he aqui mi pregunta: ¿se establecera en el futuro estado canario independiente un comite de sabios o de genetistas que determine quien es canario o no? vamos, que estan partiendo de una premisa excluyente que, a todas luces, no les llevara nunca a ningun sitio.
ResponderEliminarTu pregunta esta fuera de lugar, la nacionalidad es algo del derecho internacional que determina que los parametros son ius sanguinis y ius solis. Es decir son canarios los nacidos en canarias o los hijos de padres canarios aunque no sean nacidos en Canarias. Esto es así para todos los países del mundo.
ResponderEliminarEs usted hijo de padre español y madre extranjera, pero es usted nacido en Canarias, entonces usted es canario.
Es usted hijo de padre o madre canaria aunque no haya nacido en canarias, entonces usted puede reclamar la nacionalidad canaria tambien.
Es usted hijo de padre español y madre extranjera nacido fuera de Canarias, entonces usted no es canario. No porque lo diga yo sino porque lo dice el derecho internacional.
No es muy complicado de entender.
Aunque se salga un poco del texto, a mi la historia de la conquista de Canarias me enseña una cosa fundamental para los tiempos que corren. El pueblo que no desarrolla su tecnología tienen todos los número para sucumbir ante otros que si lo hacen.
ResponderEliminarMe da un poco de miedo la gente que se siente española por que sus padres o abuelos lo eran. Me recuerdan a los Serbios en su guerra de los balcanes.
ResponderEliminarPor lo demás, si se estudia la historia de Canarias y su actual estado económico - social lo de sentirse español es como tirarse piedras contra su propio tejado. Un buen español debería preocuparse de que Canarias no fuera una carga para el Estado, según sus propios argumentos (que no los mios) y procurar que tuviese las libertades para su prosperidad económica y social. Sin embargo parece ser que lo único que hacen es poner palos en las ruedas, lo que hace ver que lo menos que les importa son los canarios y a los que en verdad tienen consideración son a esas minoría que 'chupan' todos los dineros que el estado reasigna de Canarias, robar a todos para dar a unos pocos.