Pasajes del libro del mundialmente reconocido sociologo judio-tunesino Albert Memmi "Retrato del Colonizador y del Colonizado". Esta vez reproducimos unos párrafos sobre la supuesta pereza del colonizado.
Así como la burguesía propone una imagen del proletario, la existencia del colonizador exige e impone una imagen del colonizado. Son coartadas sin las que la conducta del colonizador y del burgués, y aun su existencia misma, parecerían escandalosas. Aireamos esta mistificación precisamente porque es sumamente eficaz.
Así, por ejemplo, el rasgo de la pereza en este retrato-acusación. Todos los colonizadores, de Liberia a Laos, pasando por el Magreb, parecen estar de acuerdo. No es muy difícil darse cuenta de hasta qué punto es cómoda esa caracterización. Ocupa un lugar prominente en la dialéctica ennoblecimiento del colonizador-degradación del colonizado.Además, resulta económicamente rentable.
Nada podría legitimar tanto el privilegio del colonizador como su trabajo; nada podría legitimar mejor el desvalimiento del colonizado que su ociosidad. El retrato mítico del colonizado incluirá, pues, una increíble pereza. El del colonizador, el gusto meritorio de la acción. Al mismo tiempo, el colonizador insinúa que emplear al colonizado es poco rentable, lo que le autoriza a pagar salarios inverosímiles.
Puede parecer que la colonización hubiera salido beneficiada en caso de haber dispuesto de un personal adiestrado. Nada menos cierto. El obrero calificado que existe entre los colonizadores asimilados exige un salario tres o cuatro veces superior al del colonizado, pero no produce tres o cuatro veces más ni en calidad ni en cantidad: es más económico emplear tres colonizados que un europeo.
Toda empresa exige especialistas, por supuesto, pero un mínimo, que el colonizador importa o recluta entre los suyos. Sin contar con las consideraciones y la protección legal que exigen justamente los trabajadores europeos. Al colonizado no se le piden más que los brazos, y no es otra cosa; además, esos brazos están tan mal cotizados, que se pueden alquilar tres o cuatro pares por el precio de uno.
Escuchando al colonizador cuando habla no es difícil darse cuenta de
que esa pereza, supuesta o real, no es tan molesta como parece. Habla de
ella con una complacencia divertida, bromeando; repite todas las
expresiones tópicas y las perfecciona, inventa otras. Nada basta para
caracterizar los enormes defectos del colonizado. Se pone incluso
lírico, con un lirismo negativo: el colonizado no tiene pelos en las
manos, sino cañaverales, árboles, bosques…
Pero,
insistiremos, ¿es realmente perezoso el colonizado? A decir verdad, la
cuestión está mal planteada. Además de que habría que fijar una norma de
referencia, distinta de un pueblo a otro, ¿cómo se puede acusar de
pereza a un pueblo entero? Se puede aludir a individuos, incluso
numerosos dentro de un grupo; preguntarse si su rendimiento no
es mediocre; si la desnutrición, los bajos salarios, el porvenir
negro y sin futuro o la significación irrisoria de su función social no
quitan todo interés al colonizado por su trabajo.
Lo que resulta
sospechoso es que la acusación no solo señala al obrero agrícola o al
poblador de la ciudad-miseria, sino también al profesor, al ingeniero,
al médico, que rinde las mismas horas de trabajo que sus colegas
colonizadores; en suma, a todos los miembros del grupo colonial. Lo
sospechoso es la unanimidad de la acusación y la globalidad de su
objeto, de manera que ningún colonizado se libra, ni podría librarse en
ningún caso. Es decir, la desconexión entre la acusación y todas las
condiciones sociológicas e históricas.
Trabajadores " motivados" |
No se trata de una nota objetiva, diferenciada y sometida a posibles transformaciones, sino de una institución: con su acusación, el colonizador instituye al colonizado como un ser perezoso. Decide que la pereza es constitutiva en la esencia del colonizado. Planteado así, es evidente que el colonizado, asuma la función que asuma o despliegue no importa qué celo profesional, no dejará nunca de ser un perezoso. Volvemos siempre al racismo, que es la sustantivación de un rasgo, real o imaginario, del acusado en provecho del acusador.
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