«Prendió luego al dicho rey, porque tenía fama de muy rico de oro y plata, y porque le diese muchos tesoros comienza a dalle estos tormentos el tirano: pónelo en un cepo por los pies, y el cuerpo extendido y atado por las manos a un madero, puesto un brasero junto a los pies, y un muchacho con un hisopillo mojado en aceite de cuando en cuando se los rociaba para tostalle bien los cueros; de una parte estaba un hombre cruel que se llamaba cristiano con una ballesta armada apuntándole al corazón; de otra, otro con un muy terrible perro bravo, echándoselo, que en un credo lo despedazara». (Muerte del Cazonci, Michoacán) |
La imágenes de este articulo son los grabados de Theodore de Bry sobre la conquista española de América. Quizás a algunos les parezcan exagerados o irreales, o piense que eso ocurrió en América y no en Canarias. Pues que se lo piense otra vez.
La rebelión de los gomeros es un episodio que ha permanecido en la memoria oral de la isla en forma de romances y leyendas. Tras la rebelión se prometió a los gomeros el perdón si asistían a un acto religioso por
el alma de Hernán Peraza, a petición de la viuda. Engañados, se cometieron terribles atrocidades: los mayores de quince años serán
muertos en la horca, empalados, quemados o ahogados en el mar; los menores y las
mujeres serán vendidos como esclavos.
De regreso en Gran Canaria,
Pedro de Vera mandó asesinar a otros 200 gomeros que se encontraban en
esa isla enviados por Hernán Peraza como pago a la Corona. Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla destacaron en
su papel de principales vendedores de esclavos gomeros: “Para ellos los
indígenas fueron una especie de moneda. Pagó con ellos un barco y los
diezmos debidos a la iglesia de Canaria (...)” Pedro de Vera por su parte volvió a Gran Canaria tras la masacre “cargado de ducados, orchilla y esclavos”.
La crónica de Abreu y Galindo dice textualmente;
Habíanse recogido los culpados con otros muchos gomeros á una fuerza que se dice Garagonoche que no se podía entrar por fuerza y acordaron que para prenderlos a su salvo convenía asegurarse de los demás gomeros, porque acaso viéndolos maltratar no fuesen en ayuda de los demás culpados, y dieron orden que se hiciesen las honras de Hernan Peraza, y se diese un pregón que todos los gomeros viniesen á la iglesia á estar presentes á las honras sopena de ser tenido por traidor el que no viniese, y ser culpado en la muerte de su señor. Los Gomeros al día vinieron a la iglesia pareciéndoles no les vendría mal, pues estaban sin culpa: donde todos fueron presos; y, luego Pedro de Vera fue a la fuerza donde los delincuentes estaban alzados y al fin los prendió con buenas palabras y promesas que les hizo: los llevó al pueblo, y condenó á todos los del bando de Orone y Agana a muerte por traidores á los de quince años arriba. y dado que los matadores fueron pocos, los que lo lastaron y padecieron fueron muchos; porque arrastraron, ahorcaron y en la mar ahogaron con pesgas muchos haciendo riguroso castigo, cortando pies y manos, (...) y mas por haber embiado a vender muchos niños y mugeres á muchas partes y un Alonso de Cota ahogó muchos gomeros que llevaba desterrados a Lanzarote en un navío suyo. (...) Venido Pedro de Vera á Canaria hizo una noche prender todos los Gomeros que·habian en Canaria que serian casi·doscientos entre hombres y mugeres y muchachos y á todos los hombres condenó á muerte que executó y a las mugeres y niños dió por esclavos.
Muchos de esos gomeros fueron vendidos en Andalucía e Ibiza. Abreu Galindo recoge también la contestación de Pedro de Vera al obispo Frias que habia protestado porque aquellas mujeres y niños apresados en Gran Canaria que vendía como esclavos se habian convertido al cristianismo.
Pedro de Vera respondió, que no eran cristianos sino hijos de infieles y traidores que habian muerto a su señor. (...) Pedro de Vera enojado dijo; mucho os desmandáis contra mi, callad que os haré poner un casco ardiendo sobre la corona si mucho habláis.
Pedro de Vera |
Pero no es el único caso. La tradición oral de Tenerife recoge la batalla de Los Magotes contra los bandos del sur en Adeje. Tras la batalla, en la que asesinaron a mujeres y niños que, según las costumbres nativas acudían a los combates para socorrer a los heridos y retirar a los muertos, se encierra a los supervivientes en lo que la tradición ha denominado el Corral de los de Adeje. Un autentico campo de concentración establecido donde hoy se ubica la zona turística de Los Cristianos, y en donde estuvieron durante más de dos meses esperando que un obispo viniera de Gran Canaria para bautizarlos. La tradición oral nos da cuenta de todos los abusos y crímenes que se cometieron en dicho lugar durante la espera. La oralidad habla de "perrerias" en concreto asesinatos a sangre fría, empalamientos y violaciones de mujeres, niñas y niños, ... así como diversas prácticas como probar la templanza del acero en niñoso torturas como el atarles el pene y reventarlos a beber agua salada sin permitirles orinar.
No es casualidad que la población nativa, los Guaxit que significa "los
legítimos" eligiera el termino Gauripa - los hijos de la ira - para
referirse a los colonizadores ilegítimos.
Alonso Fernandez de Lugo |
La conquista de Gran Canaria tampoco fue un honorable paseo de batallas épicas y heroicas sino una sucia guerra de aniquilación y hambre que duró siete largos años. En realidad la mayor parte de los enfrentamientos los ganó la población nativa, fueron pocos los triunfos de las armas castellanas. El triunfo castellano se produjo por la táctica de tierra quemada a través de las cabalgadas, de la que la quema de 300.000 palmeras en Tamaraceite - privando a la población nativa de una de sus principales fuentes de azúcar a través del guarapo - así como al extensiva quema de bosques y cultivos son algunos ejemplos. De igual forma el cronista Sedeño habla de "modorra" entre los canarios, al igual que ocurriera en la isla de Tenerife, pero allí la tradición oral habla de enfermedades provocadas por el envenenamiento de los pozos y las charcas.
Otra de las tantas tropelías que cometió Pedro de Vera fue la de sacar a
muchos de los canarios cristianos que acudían comúnmente al Real de Las
Palmas, con la intención de venderlos
como esclavos en España. Para ello juró sobre una hostia que los
llevaba a la conquista de Tenerife. Pero no cometió perjurio porque "habia prevenido a su capellán que le presentase un ostia sin consagrar".
Millares Torres nos cuenta:
Vera, libre ya de estos cuidados, resolvió dar término a la conquista, pero antes quiso alejar de la colonia un crecido número de indígenas, a quienes el hambre había arrojado a aquellos sitios. Corno esos canarios estaban ya bautizados y no podía venderlos como esclavos, so le ocurrió una iniquidad que ha dejado vergonzosa mancha en su caballerosidad.
Reunió un día en la playas del puerto a todos los canarios convertidos y señalándoles la isla de Tenerife, cuyo pico del Teide se alzaba en el horizonte les dijo que allí existía una tierra igual a la suya que estaba en poder de idólatras y enemigos de sus Altezas, por lo que había resuelto enviarlos a la conquista, ofreciéndoles un buen reparto de tierras, pastos y ganados.
Aceptaron con júbilo los canarios tan generosa oferta y previa solemne promesa de Vera, doscientos canarios se presentaron dispuestos a realizar su empeño, embarcándose contentos y tranquilos en una carabela que conducía Guillen Castellano y Rodrigo, hijo segundo de Vera. Obedeciendo órdenes secretas de Vera, recogieron las armas de que iban provistos los canarios y los encerraron en departamentos distintos (...) Al día siguiente buscaron los isleños las montañas de Tenerife inútilmente. Sospechando alguna traición, se amotinaron resueltamente sin oír otros razonamientos ni escuchar las explicaciones
de Castellano; se disponían a echar al agua a la tripulación si no se cambiaba el rumbo y volvían a la Gran Canaria, cuando el capitán, justamente alarmado, encontrando en su camino la isla de Lanzarote llevó la carabela al puerto de Arrecife, en donde antes de fondear todos los canarios se lanzaron al mar y nadando tomaron tierra.
con intento de desembarazarse de ellos enviándolos á Castilla por la poca confianza que de ellos tenia, y por entender que teniendolos consigo no se podía hacer ningún ardid contra los canarios que ellos no fuesen avisados de esto (...) y los naturales de Lanzarote los aposentaron y alli quedaron por vecinos; hasta que después pasaron en socorro
del Cabo de Aguer, donde casi todos perecieron.
La conquista de Canarias no fue ni una guerra limpia ni honrosa, ni tampoco una campaña profiláctica. Yo me pregunto porque se honra a estos personajes con una calle en el Barrio de Vegueta, en Las Palmas de Gran Canaria y otra en Telde en el caso de Pedro de Vera, o con el nombre de la plaza principal en Aguere (La Laguna) o una calle en Las Palmas de Gran Canaria, Galdar, Ingenio o La Orotova en el caso de Fernandez de Lugo. Lo mismo podemos decir para personajes como Algaba, Juan Rejón, Diego de Herrera y tantas otras calles y plazas de la infamia.
Bueno, Albert Memmi en su Retrato del Colonizador nos da una pista;
Como hemos dicho antes, aceptar la realidad de ser un colonizador significa aceptar ser un privilegiado ilegítimo, es decir, un usurpador. Sin duda, un usurpador reclamará su lugar y, si es necesario, lo defenderá por todos los medios a su disposición. Esto equivale a decir que en el momento de su triunfo, admite que lo que triunfa en él es una imagen que él condena. Su verdadera victoria nunca estará, por tanto, con él: ahora necesita registrarla en las leyes y en la moral. Para esto tendrá que convencer a los demás, si no a sí mismo. En otras palabras, para tener la victoria completa necesita absolverse de ella y de las condiciones en las que la logró. Esto explica su insistencia extenuante, extraña en un vencedor, en asuntos aparentemente fútiles. Se esfuerza en falsificar la historia, reescribe las leyes, extinguiría los recuerdos, cualquier cosa para tener éxito en la transformación de su usurpación en legitimidad.
¿Cómo? ¿Cómo puede tratar de pasar la usurpación por la legitimidad? Un intento puede ser mediante la demostración de los méritos eminentes del usurpador, tan eminentes que merecen dicha compensación. Otra es la de insistir en los deméritos de los usurpados, tan profundos que no se puede evitar que los conduzcan a la desgracia. Su inquietud y la sed resultante de justificación requieren que el usurpador se exalte a sí mismo a los cielos y conducir al usurpada debajo tierra al mismo tiempo. En efecto, estos dos intentos de legitimación son realmente inseparables.
(...)
Le es imposible no estar al tanto de la ilegitimidad constante de su status. Es, además, en cierto modo, una doble ilegitimidad. Un extranjero, habiendo venido a una tierra por los accidentes de la historia, ha tenido éxito no sólo en la creación de un lugar para sí mismo, sino también en robarle el del habitante, concediéndose a sí mismo asombrosos privilegios, en detrimento de los que legítimamente tienen derecho a ellos. Y esto no en virtud de las leyes locales, lo que en cierto modo legitimaria la desigualdad por la tradición, sino por alterar las normas establecidas y sustituirlas por las suyas. De este modo aparece doblemente injusto. Es un ser privilegiado y uno ilegítimamente privilegiado, es decir, un usurpador. Peor todavía, esto es así, no sólo a los ojos de los colonizados, sino también en los suyos propios. Si de vez en cuando objeta que los privilegiados existen también entre los burgueses colonizados, cuya riqueza es igual o superior a la suya, lo hace sin convicción. No ser el único culpable puede ser tranquilizador, pero no puede absolver. Admite fácilmente que los privilegios de los nativos privilegiados son menos escandalosos que los suyos. El sabe también que el más favorecido de los colonizados nunca será nada sino colonizados, en otras palabras, que ciertos derechos siempre estarán negados para ellos, y que ciertas ventajas están reservados estrictamente para él. En resumen, sabe, en sus propios ojos así como en los de su víctima, que es un usurpador. Debe ajustarse a ambas cosas, a ser considerado como tal y a esa situación.
Pero Lugo o Vera no son los únicos usurpadores ilegítimos y genocidas. Una de las principales plazas de Santa Cruz lleva el nombre de Valeriano Weyler. Santo Domingo, Cuba, Canarias y Filipinas serían los lugares donde el hijo de un médico madrileño gane su “fama” y reconocimientos, aunque en los últimos años de su vida también tendrá un papel destacado en Cataluña.
En 1895 España envió a Cuba al general Arsenio Martínez Campos, a sofocar la supuesta “revuelta de
negros y filibusteros”. No le tomó mucho tiempo a Martínez Campos
admitir que para acabar con la insurrección cubana iba a ser necesario
mucho más que levantar trochas y construir fortificaciones. Habría que
implantar medidas con las que tal vez él no comulgaba. Iba a ser
necesario acabar con Cuba, y pidió ser reemplazado por otro general que
estuviera dispuesto a llevar a cabo las medidas que él no quería llevar
sobre su conciencia o su honor castrense. Siempre presto para esas
tareas crueles y sanguinarias, el general Valeriano Weyler y Nicolau
aceptó sin titubear la misión de terminar con los cubanos que no
quisieran seguir siendo españoles.
Valeriano Weyler, el carnicero de Cuba, fue el capitán general que ordenó la política de reconcentración del
campesinado cubano en campos de concentración. Un campesinado que en
gran parte era de origen canario. La doctrina de exterminio, promulgada por Cánovas e instrumentada por
Weyler, causó la muerte de entre 300,000 y 900.000 campesinos cubanos.
Los españoles, decididos de privar a los rebeldes de todo apoyo popular, recogieron los habitantes del campo y los depositaron en campamentos de reconcentración en las áreas que su ejército podía controlar, o sencillamente los desparramaron en los centros urbanos donde pudieran prevalecer los elementos afectos al régimen colonial. Impuso la pena de muerte sumaria a cualquier cubano que resistiera esas órdenes, o que intentara sembrar alimentos, o que sostuviera contacto alguno con los rebeldes. Procedió el ejército español a colocar bajo la antorcha todas las aldeas y todos los bohíos rurales que estuvieran a su alcance, junto a los sembrados y las escasas propiedades de los guajiros reconcentrados. Cuentan las crónicas que, como lánguidos fantasmas, miles de cubanos deambulaban, famélicos, por las calles de las ciudades, desfallecidos, desplomándose de hambre y enfermedades, como resultado de las políticas genocidas de Cánovas y Weyler.
El semanario parisino L'Illustration, en su n° 2881, del 14 de mayo de
1898 dedica un amplio reportaje a los terribles efectos de esta política
en la isla caribeña, mostrando hombres, niños y mujeres famélicos que
apenas se pueden mantener en pie. Se calculan que entre trescientos
mil y un millón de campesinos murieron de hambre y enfermedad en esa
reconcentración, muchos eran descendientes de emigrantes canarios.
Entre 1878 y 1883 es nombrado Capitán General de Canarias, es en este
periodo cuando se gana el dudoso mérito de una plaza en el centro de la
capital tinerfeña ¿Cuál es el motivo?, pues el derribo del antiguo
hospital miliar y la construcción del actual edificio de Capitanía,
además de la compra de cañones y fusiles nuevos.
Y yo me pregunto, ¿con que autoridad moral la España de Pedro de Vera y de Fernandez de Lugo, de Cortes, Pizarro y Cabeza de Vaca, de Weyler, de los bombardeos a civiles con armas químicas en el Rif, de los GAL, del atentado a Cubillo y de las torturas en el cuartel de Intxaurrondo, repito, con que autoridad moral me viene a hablar a mi o a nadie de terrorismo?
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