Durante mi visita a Arrecife este verano me encontré un panorama desolador, una sociedad rota y castrada culturalmente y con un 32% de paro. En la isla de la Graciosa solo queda un pescador “joven” que tuve el placer de conocer hace unos años.
Los jóvenes gracioseros prefieren dedicarse a traer turistas en un catamarán a la playa de los franceses y darles paella y sangría mientras los turistas saltan por la playa, es menos “cansado” que faenar la mar y de vez en cuando “cae” alguna turista.
Es una pena porque los lanzaroteños siempre han sido muy emprendedores y de gran mentalidad industrial. Un simple paseo por Arrecife basta para descubrir los vestigios de dicho pasado.
Vestigios hoy convertidas en semi atracciones turísticas como el muelle viejo al lado del castillo desde donde se embarcaban las cebollas que producía la isla o las cinco fábricas de pescado cuando Arrecife era la base de la mayor flota sardinera de todo el Estado.
Hoy en dia, dichas fábricas son solo ruinas esperando a ser derruidas, y las salinas que se extendían alrededor de todo el puerto muestran el mismo abandono que las terrazas de cultivo platanero del norte de Gran Canaria. Pero no solo fue la pesca, también la cochinilla en el norte de la isla que atestigua un pasado laborioso.
Estas historias las enlazaba en mi cabeza con los relatos que me solía contar durante mi niñez una mujer procedente del campo de Guatiza, en el norte de Lanzarote, para viajar mentalmente a otro tiempo. Historias de camellos, de trilla, de cebollas, de queso y de las labores del campo.
Desafortunadamente la isla de las montañas cobrizas (que es lo que significa Titerogakaet) han perdido sus raíces. La excesiva inmigración y la pérdida de la mentalidad industrial y empresarial por otra de la especulación y el bloque de cemento ha provocado un enorme destrozo cultural y humano en Lanzarote.
Un destrozo que ni siquiera Cesar Manrique con su enorme visión de futuro pudo evitar. El recuerdo de Cesar es anecdótico y convertido en atractivo turístico; las esculturas de viento en las rotondas, los jameos y otros centros, la fundación…. Pero el espíritu se ha perdido. El cemento y la especulación han podido más.
Pero todavía quedan vestigios de aquella Lanzarote empresarial, agrícola y pesquera, como pude comprobar disfrutando, en magnifica compañía, de un sancocho de corvina y unas uvas negras recién cogidas de la parra. Además algunas de las empresas mas importantes del archipiélago son de origen Lanzaroteño, como la naviera armas o la empresa de alquiler de coches CICAR.
Los excelentes vinos malvasía de Lanzarote también atestiguan que donde hubo siempre queda. Entre los jóvenes también pude comprobar que no todo es resignación. Especialmente dos de ellos, con enorme talento en lo que hacen, y una actitud contestataria con el status quo, me causaron una muy grata impresión.
Estas reflexiones sobre la decadencia industrial y cultural de Lanzarote las pude compartir con Cesar, un joven empresario lanzaroteño afincado en el Hierro, (por cierto que Cesar prepara unos magníficos zumos naturales de frutas en su establecimiento cerca del ayuntamiento de Frontera), mientras me contaba como jugaban en Arrecife de chinijos a intentar que a los camiones que transportaban hielo se les cayera algún pedazo para refrescarse. También me contaba como los canarios en la hostelería en Lanzarote estaban siendo desplazados a los puestos mas bajos y menos cualificados y que ello fue una de las razones por las que decidió marcharse de Lanzarote al Hierro.
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