Don Manuel era un hombre de unos cincuenta años, pelo entrecano, un cuerpo macizo pero corto, ojos profundos, una frente poderosa y una mandíbula inferior algo agresiva. Hablaba un poco brusco, pero al cabo de unos minutos de conversación perdió toda rigidez y me condujo a través de la fábrica desierta, contándome al mismo tiempo su historia que era lo único que llenaba su mente: había fundado una fábrica harinera y panadería en las afueras de Madrid, inmediata a la línea del ferrocarril de circunvalación, con un ramal directo a la fábrica, y en teoría la instalación produciría una revolución en el sistema de abastecimiento de pan a la capital.
Por la situación de la fábrica, podía comprar el trigo y transportarlo directamente desde los centros productores o desde los puertos a las máquinas de moler. Sus instalaciones de hornos automáticos modernos al pie de la molienda le permitirían fabricar pan mejor, en mejores condiciones higiénicas, y más barato que nunca se había comido en Madrid, donde aún en muchas panaderías el pan se amasaba con los pies y la competencia se hacía agregando a la masa del pan toda clase de materias inertes o robando en el peso. No existía en Madrid una panadería grande, más que la que era propiedad del Conde de Romanones.
Había lanzado el negocio como una sociedad anónima financiada por algunos bancos. Pero bien pronto se había encontrado arrinconado contra los intereses creados de dos poderosos grupos que se beneficiaban con el alto precio del trigo: los terratenientes y los almacenistas de granos, que controlaban el trigo nacional, y los especuladores que manejaban la importación del trigo suplementario que se necesitaba cada año. Teóricamente, él no necesitaba más que pedir el permiso de importación para tener cuanto trigo quisiera. Pero automáticamente, cuando sus embarques estaban próximos a llegar a puerto español, las tarifas de entrada subían misteriosamente y Don Manuel se encontraba frente a una pérdida.
Al principio trató de luchar, pero entonces se estrelló contra los bancos que preferían como clientes a sus competidores mucho más poderosos. Se arruinó. Mi última esperanza -me explicó- fue obtener un contrato de aprovisionamiento de la guarnición militar de Madrid; pero para ponerme de acuerdo con intendencia, tenía que dejar de ser honrado. y yo he sido siempre un hombre honrado.
Entre las bandejas enormes de los hornos fríos, las enormes hélices de las amasadoras, las vigas de acero de los techos y las correas de transmisión paralíticas, las telarañas se multiplicaban infinitas.
- El mayor enemigo del oligarca es la innovación y la librecompetencia
- Cuando no hay competencia bancaria, cuando hay pocos bancos y son grandes, estos solo hacen negocio con los grandes y frenan la innovación
- El poderoso, el cacique, necesita tomar las riendas del aparato administrativo para eliminar a la competencia. Cuanto mayor el poder administrativo, mayor el poder del cacique.
- El intervencionismo rara vez se hace para favorecer o proteger al débil, más bien se usa para proteger y favorecer al poderoso.
- En España nunca ha habido capitalismo de libre mercado, lo que ha existitdo siempre es el capitalismo de amiguetes, el capitalismo de compinches, es decir un sistema no basado en el talento sino en las relaciones, un sistema basado en los privilegios.
- No hay mayor desigualdad que la del ciudadano frente al Estado
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Muy cierto.
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